Esta mañana me he hecho con una pistola y la he escondido en un cajón para que no la viera mi santo esposo. Me ha faltado envolverla en un trapo como en las películas.
Hoy era el día elegido para llevar a cabo mi plan. Tenía el arma, y un par de balas. Unas balas brillantes a las que llevaba días acariciando en secreto.
He pensado que sería mejor esperar a que el gremlin estuviera ya dormido. Hay cosas que un bebé no debe presenciar, podrían traumatizarle de por vida.
He parado a mi marido en mitad del pasillo y, tras mirarle fijamente a los ojos, le he dicho que había llegado el momento.
Ha frenado en seco. En sus ojos se entremezclaban el terror y la incredulidad: ¡No puedes hacer eso! ¡No!
Pero yo me he mantenido firme y he vuelto a mirarle a los ojos: Claro que puedo, de hecho lo voy a hacer ahora mismo, y tú me vas a ayudar. Tengo la pistola en el cajón.
Viendo que yo no iba de farol, ha intentado convencerme en vano con argumentos ridículos. En el colmo de su desesperación ha llegado a pedirme que al menos lo hiciera mañana, mientras él estuviera fuera de casa.
Pero yo soy implacable.
Así que tras cargar la pistola, y con mucha con sangre fría, he realizado dos disparos certeros.
Mi marido ha llorado como una niña.
Y Sor Bebé está más preciosa que nunca con sus nuevos pendientes.